Siempre nos dicen que nosotros tenemos el derecho de expresarnos y de entrar en grupos libremente. Es parte de muchas constituciones políticas, porque en teoría para que una democracia funcione plenamente se ocupan espacios donde uno pueda deliberar de forma segura sin amenaza a repercursiones de ningún tipo. Pero la importancia de expresarnos es también la de ser escuchados. Nosotros seremos justamente representados si nuestros intereses son tomados en cuenta, y para que eso ocurra, se ocupan espacios públicos donde otros nos puedan escuchar, y medios que nos puedan conectar con aquellos que representan nuestros intereses y tienen el poder de hacer algo al respecto.
Sin embargo, hay una paradoja. No podemos expresar nuestros intereses si no sabemos cuáles son. ¿Qué es lo que queremos o necesitamos en nuestras vidas? A veces la respuesta no es tan obvia por varias razones. Además, en un mundo desigual, no todos tenemos igualdad de acceso a las herramientas, y espacios públicos, para amplificar nuestras voces.
En el primero de los casos, se ocupa conocimiento: sobre nuestros alrededores, el contexto en el que nos ubicamos, la vida de los demás y cómo se relaciona a la nuestra. De manera inmediata, en tiempo y espacio, siempre lo hemos tenido. Nuestros vecinos nos cuentan algún chisme del barrio, o mi abuela me cuenta cómo era su vida cuando ella tenía mi edad. Tal vez el aprendizaje por métodos orales de conocimiento sirvieron en momentos cuándo las decisiones de nuestras vidas ocurrían a un nivel más local donde podríamos hablarles directamente a aquellos con los que teníamos que resolver nuestro problema. Pero con el crecimiento de las estructuras sociales y de poder sobre nuestra vida, también aumentó las dimensión del tamaño del mundo que influye en mí, y más pequeña la posibilidad de yo influir en él.
Pero también nace dentro del mismo sistema una solución. La prensa, a través de la industrializacion, ayudó a producir en masa y hacer más barato los libros, y por ende, hizo más accesible la lectura. La lectura, y el conocimiento hasta cierto punto, dejó de ser un privilegio y comenzó a volverse en algo que más personas podían hacer. O sea, el conocimiento más allá de dictados religiosos y sociales, comenzó a esparcirse y así las personas podían aprender otros elementos esenciales del mundo en que vivían. Esta nueva información ayudó a romper con los esquemas sociales actuales, las autoridades ya no tenían poder total sobre las personas porque no tenían un monopolio sobre el conocimiento que las mantenían limitadas a actuar a las realidades que les hacían conocer. Sus realidades cambiaron, y así también el sistema que las definía.
Sin embargo, las máquinas de imprenta en sí son controladas por sus dueños, y el mensaje que ellas pueden producir se limita, directa o indirectamente, por lo que estos capitalistas quieran que se diga o no. Estos inversores en los medios de comunicación tienen la última palabra y van a querer que se propaguen libros que quepan dentro de la visión de vida que tienen: la de competencia libre (menos sí los afecta a ellos), menos impuestos a los que tienen dinero como ellos para que supuestamente puedan proveer más trabajo (austeridad fiscal), capitalismo puro (mientrás que todavía los ayude el gobierno con concesiones). Sus voces, y sus intereses, se escuchan más fuerte porque ellos tienen el dinero para comprar los medios de comunicación masiva que va a distribuir el mensaje al resto de la población. Y por esta razón, porque nosotros vamos incorporando estos mensajes como sí fueran nuestros,es cómo nuestras necesidades se adaptan a la de los demás. Lo mismo ocurrió el siglo pasado con la radio y la televisión.
No sólo nos es más díficil hacernos escuchar porque los medios masivos de comunicación pertenecen a unas cuantas entidades privadas, también lo es encontrar un lugar para hacerlo porque los espacios igual les pertenece. Naomi Klein lo describe muy bien en su libro, No Logo: cada espacio en nuestra vida se ha ido comercializando, desde lo público hasta lo más íntimo, todo con el fin de generar ganancia, y si nosotros no nos expresamos con este fin, se nos intenta callar ya que vivimos bajo las reglas de su territorio. El problema es que toda expresión que no tenga valor comercial no va a merecer la pena ser escuchada bajo estas circumstancias. En el espacio público, sí se pueden escuchar opiniones alternativas a las meramente consumistas. La importancia del espacio público lo explica Sara Carrasco:
“[son]los únicos espacios con potencial para ser auténticamente democráticos, donde los ciudadanos y los sectores no representados del público pueden realizar reivindicaciones colectivas sobre su uso, forma y normativa aplicable; reivindicaciones que, si se legitiman, pueden servir para tender puentes que conduzcan a una mayor democratización de los espacios privados.
Los espacios públicos sirven de territorio de experimentación en donde la sociedad puede, y a veces no le queda otra alternativa que hacerlo, confrontar sus divisiones internas. Los conflictos que se plantean en ellos son un obsequio a través del cual el conjunto de la sociedad se ve obligado a reconocer las diferencias físicas, culturales e ideológicas que alberga.”
Por esto mismo, los espacios públicos, sean físicos o no, son espacios donde uno puede ser libre para expresarse y ser uno mismo, y al mismo tiempo, interactuar con otros intentando de enfrentar problemas parecidos para así, quizá, colaborar y crear algo nuevo. Nosotros creamos nuestra comunidad en ese espacio, aprendemos y somos creativos en este espacio, sin la necesidad de comercializarlo.
Pero como lo explica Clay Shirky en su libro, Here Comes Everybody (Aquí Viene Todo el Mundo), en nuestra realidad globalizada, el internet y la tecnología actual nos han ofrecido la oportunidad de crear nuestros propios espacios de comunicación a muy bajo costo que pueden distribuir nuestros mensajes a lugares que jamás hubieramos podido ser capaces sin las viejas formas de producción. Los espacios públicos físicos son más escasos, pero han nacido los digitales. Y hasta cierto punto, las herramientas digitales han ayudado a abrir las posibilidades de uso de aquel espacio público físico, como lo fueron en el caso de las rebeliones en Tunéz y Egipto (¿y ahora Wall Street?). Estos son los nuevos espacios públicos alternativos, los que nosotros mismos debemos idear para que se materializen de forma espontánea, y donde se puedan escuchar las verdades escondidas e informaciones inconvenientes que se hayan querido silenciar. Nosotros mismos tenemos la oportunidad de crear nuestros espacios, nuestros medios, para actuar de formar coordinada con respecto a nuestros intereses comunes. Como lo han demostrado las asambleas en España, uno puede empoderarse dándole nuevo significado a estos espacios públicos, abriéndose a la comunidad y encontrando usos alternativos de participación dentro de ellos.
Pero como mencione antes, para verdaderamente expresarnos, debemos también ser escuchados, y por medio de estos espacios digitales organizarnos con otros espacios para abrir aún más espacios públicos físicos en los que podamos participar y experimentar creativamente. Amauta esta proponiendo un posible modelo para formular una red interconectada de espacios de expresión, participación y colaboración, que se puede leer aquí.
Noam Chomsky, en una entrevista, dió un ejemplo del potencial de los espacios públicos en la participación creativa:
“Hace aproximadamente 15 años, estuve en Brasil, viajé mucho por allí con Lula en aquel tiempo. Él todavía no era el presidente. Me llevó una vez a un gran suburbio en las afueras de Rió de Janeiro, con un par de millones de personas, un barrio pobre. Y tenía un gran espacio abierto, una especie de plaza al aire libre. Es un país semi-tropical, todo mundo estaba afuera, era de noche. Un pequeño grupo de periodistas y profesionales, de Río, salían por la noche en un camión, y lo estacionaban en el medio de la plaza. El camión tenía una pantalla encima y un equipo de transmisión. Y lo que ellos transmitían eran parodias escritas, actuadas y dirigidas por gente de la comunidad. Así, la población local presentaba sus parodias. Una de las actrices, una chica de unos 17 años talvez, caminaba entre la multitud con un micrófono invitando a la gente a comentar –un montón de gente estaba allí, estaban interesados, estaban viendo, tú sabes, gente sentada en barras de metal, o dando vueltas por el lugar-, y así comentaban sobre lo que vieron, y lo que decían era transmitido, ya sabes, había una pantalla detrás que mostraba lo que la persona decía, y después otra gente comentaba. Y las parodias eran significativas…sobre la crisis de la deuda, o sobre el SIDA… Es la participación directa en la creatividad. Y era una cosa muy imaginativa a realizar, creo. No sé si aún se lleva a cabo, pero es uno de los muchos modelos posibles.”